Obesidad, cuestión genética

Ponerse a dieta

Hay muchas formas de abordar el asunto de la obesidad y el tema tiene muchas aristas. Una de ellas es considerar la creencia popular de que algunas personas comen poco e igual engordan, mientras que otras viven comiendo y se mantienen delgadas. Pues a este respecto recientemente se ha llevado a cabo un experimento en la BBC para el programa de documentales Horizon que aporta luz sobre este asunto.

El curioso experimento consistió en hacer que 10 personas delgadas, con marcada tendencia a no aumentar de peso, siguieran una estricta dieta destinada a engordar. Durante un mes los diez voluntarios se dedicaron a comer pizza, chocolate, papas fritas y todo lo que pueda significar un gran aporte de calorías. A la vez, que se le pidió hacer el mínimo ejercicio físico.

El resultado fue bastante interesante ya que varios de los voluntarios no pudieron seguir la dieta, es decir, no pudieron comer más de lo que estaba “acostumbrados” a comer (algunos vomitaban, otros simplemente abandonaron la tarea).

Según el doctor Dr. Rudy Leibel de la Universidad de Columbia en Nueva York, quien supervisó el estudio- experimento, el mismo permite llegar a la conclusión y reforzar la idea de que existe una peso corporal que ya está determinado en los genes.

Ahora bien, a diferencia de lo que se suele creer, que hay un 50% y 50% de responsabilidad entre genes y medio ambiente como factores determinantes de los kilos de más, los genes serían más importantes de lo que se cree. Así, la herencia genética nos predisponen a llevar un tipo de vida u otra: algunos serán más deportistas que otros; unos canalizarán sus angustias y ansiedad comiendo y otros no; y algunos metabolizarán más como grasa lo que comen, y otros como músculo.

Ésto, más allá del hecho que afirmar que la obesidad se debe a un factor genético, no es decir mucho porque en el fondo es como decir que los gordos son gordos porque comen, y que comen porque su genética así se lo pide (“¿Y por qué los genes hacen que alguien sea gordo?” es la pregunta obligada).

Sin embargo, la expresión formulada por el doctor Rudy Leibel después de este estudio acerca de que cada organismo funciona de tal modo, que es como si tuviera un termostato y que cada ser humano tiene un peso fijo marcado en ese termostato, es muy ilustrativa. Este concepto permite comprender que aunque las personas por determinados circunstancias bajen o suban de peso siempre tenderán a volver a los mismos número en la balanza, ya que la cantidad de hambre, así como la sensación de saciedad, la voluntad para realizar ejercicio y la forma en que el cuerpo asimila la comida estarían marcadas en la información de sus genes.

Este permite explicar además el porqué algunas personas que parecen comer mucho no engordan (hacen más ejercicio, el alimento los transforman en músculo, y en realidad, no están siempre comiendo…).

Y si damos un paso más en este razonamiento podemos llegar a pensar que este punto fijo en nuestro “termostato de la gordura” pueda llegar algún día a ser desentrañado cabalmente y regulado por la medicina. Esto permitiría regular el peso mediante otros mecanismo que no sean los de la dieta y el ejercicio. Medicamentos, por ejemplo, que evitarían que la famosa tendencia a engordar, que no por genéticamente determinada es en manera alguna saludable, perjudique la vida de tantas personas.

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