Baños termales en el Imperio Romano

Baños romanos

Durante el último cuarto del Siglo I a.c. Agripa, amigo y colaborador del emperador romano Augusto, inaugura el primer complejo termal de la Roma antigua. Esta daría inicio a una serie de miles que se establecerían en todo el imperio. Allí los más nobles y hasta algunos emperadores se juntaban con los ciudadanos más pobres de la ciudad. Una mezcla espléndida donde pasaba la vida política, social y hasta placentera de todos los romanos.

En la mayoría de los baños romanos la entrada era libre y gratuita. En algunos casos se pagaba un precio simbólico y accesible para todo el mundo. Por lo que era el lugar obligado para todos.

Al ingresar, luego de dejar sus ropas en el vestuario, el visitante, totalmente desnudo, se dirigía a la primera de las salas con piletas, el tepidarium, de aguas tibias. Después se pasaba al caldarium o sala de baños calientes, en donde, mientras disfrutaban de la inmersión, se quitaban la suciedad del cuerpo frotándose con el estrígilo o raspador de metal. No se utilizaba jabón, en su reemplazo se usaba aceite para la piel que provenía de Hispania. Finalmente se iba al frigidarium, obviamente de aguas frías, en donde los concurrentes nadaban a gusto.

Los baños romanos contaban, además de las piletas, con salones para masajes, juegos de mesa, palestra, y hasta servicio de depilación, algo doloroso pero efectivo para la estética personal.

Cerca de la hora vespertina, a eso de las cinco de la tarde, los romanos acudían a los baños. Entre risas, gritos y amistosas conversaciones se producían acuerdos políticos, arreglos de finanzas, espectáculos y encuentros sexuales, tan acordes con el espíritu romano. Era un mundo de actividades no solo dentro del recinto, sino afuera también, ya que en las puertas se concentraban los vendedores de salchichas, perfumes o pastelitos, también se alquilaban toallas o sandalias y además estaban aquellos que adivinaban el futuro por algunas monedas, junto con astrólogos, filósofos y comediantes, entre otros.

Acudían personas de los estratos mas bajos de la sociedad romana hasta los más altos dignatarios. Varios fueron los emperadores que acudieron a los baños. Entre ellos el más asiduo visitante fue Cómodo, que gobernó Roma desde el año 180 hasta el 192 d.c.

Se decía de él que llegaba a visitar los baños termales hasta ocho veces al día, lo que sumado a su afición por la caza de animales salvajes, y sus constantes presentaciones en la arena del coliseo, le dejaban escaso tiempo para dedicarse a los asuntos de Estado, por lo que no extraña que el declive del imperio romano se viera fuertemente impulsado en su período como gobernante.

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