La hipnosis en la evolución de la medicina
Asunto interesante, el del hipnotismo. Con hipnosis, en primera y breve aproximación, no se refiere más que una especie de sueño inducido, artificial, sugerido. En efecto, el sueño de la hipnosis no responde a una necesidad fisiológica, sino que viene causado por una sugestión. Y ya aquí principia la controversia…
El tema tiene tantas ramificaciones que es difícil poner sobre la mesa todas las implicaciones de un debate interminable. Hay una serie de preguntas que parecen ineludibles: ¿puede la ciencia actual recurrir legítimamente a técnicas de hipnotismo? ¿qué pretende la hipnosis? ¿son los hipnotizadores unos farsantes? ¿cuál es, en definitiva, el estatus científico de la hipnosis?
Pero responder tales cuestiones, significa antes de nada clarificar nuestra idea de medicina. Observad: en las preguntas anteriores hemos escrito la palabra «ciencia», no «medicina». Lo hemos hecho ex-profeso, presuponiendo que, en este contexto, ambas son intercambiables.
Ahora bien, nuestra época no sólo ve en la medicina una ciencia sino que, además, y de manera un tanto fraudulenta, lleva a cabo una operación de contrabando de premisas. La premisa básica de la epistemología moderna es: ciencia es sólo ciencia objetiva, mesurable, sujeta a contrastación según los métodos de la física experimental.
La Revolución Científica y la física newtoniana supusieron un éxito tan grande que sus «maneras» acabaron contagiando el resto de saberes. La ciencia, entendida desde esta perspectiva, extendió sus brazos por doquier, imponiéndose incluso en aquellos campos de la experiencia humana aparentemente menos propicios (estética, filosofía, religión). El patrón de la nueva física se hizo universal, lo que tuvo enormes consecuencias.
Por ejemplo, en la medicina. El desarrollo médico de los últimos siglos ha sido espectacular, cierto. Pero ¿ a qué precio? Es decir, ¿qué significa hacer de la medicina una ciencia según el modelo de la física experimental? Exactamente esto: tratar al cuerpo como un objeto físico-químico entre otros.
La res extensa cartesiana (los enfermos de un hospital de nuestros días) no era más que una máquina. Una máquina que a veces se estropea: he aquí la definición de enfermedad. Los médicos se convirtieron así en mecánicos del cuerpo. Lo han estudiado a fondo, lo han visto por dentro y por fuera, saben qué tipo de relaciones fisiológicas (mecánicas) existen entre órganos, etcétera. Repetimos: los resultados asombrarían a los hombres de antaño. ¿Cuál es el pero?
Hay muchos, muchísimos peros. El más grave: la medicalización rutinaria del cuerpo. Una tos se trata con un jarabe, una gripe con antibióticos, un quiste abriendo en canal…pero, ¿y las «otras» enfermedades? Fijaos: poco a poco, cuanto más se ganaba la batalla a virus, bacterias, etc, más y más se propagaban las enfermedades del alma, psicológicas. ¿Cuál fue la opción de esta medicina? Tratar el alma (la mente, el cerebro) de la misma manera: pastilla por aquí, pastilla por allá.
Ojo, que por aquí se enfilan las miserias de nuestra sociedad. ¿Qué ocurre en los manicomios de hoy? Ya no se les llama manicomios, eso no, que bien pronto nos vestimos con los ropajes del eufemismo, aunque ese eufemismo no sirva más que para aliviar las conciencias (de los vigilantes, que no de los vigilados).
No se les llama manicomios… pero sus reclusos son tratados como locos, y, lo que es peor, como locos peligrosos, que deben ser narcotizados, pildorizados, intoxicados con pastillas rojas, azules, amarillas…(qué bonitas, quien no se consuela es quien no quiere ante esta lujuria de destellos cromáticos). Pero, ¿y si (para algunos, al menos) hubiese otra posibilidad?