El primer proyecto de máquina de vapor
La historia es bastante conocida pero no así sus consecuencias. La máquina a vapor, una muy parecida a la que concibió en el siglo XVIII el escocés James Watt, existía, en planos, en el siglo VII.
Nunca fue construida, es evidente: en aquel entonces el motor económico de la sociedad era la esclavitud, los esclavos no cobran sueldo, ni se quejan, ni tienen derecho a nada; recién cuando fue obligatorio reconocerlos como trabajadores, dentro de un sistema de mercado, la máquina a vapor tuvo su razón de ser. Para abaratar costos, claro, las máquinas tampoco no cobran sueldo, ni se quejan, ni reclaman derecho a nada.
Este cambio trascendente desencadenó en el siglo XIX la célebre Primera revolución industrial, primeros pasos iniciales de la carrera tecnológica que aún hoy continúa.
Es notable, de todos modos, que la máquina podría haber sido inventada en el siglo XVI, por ejemplo, la condiciones socioeconómicas estaban dadas y la humanidad hubiera ganado más de 200 años de evolución tecnológica. Pero no fue así, justamente porque los planos de aquella primera máquina, que los historiadores le adjudican a Herón de Alejandría, fueron destruidos en el incendio de la magnífica Biblioteca de Alejandría.
En el año 640 d.c, el califa Omar, al mando de un ejército de 4.000 hombres, en nombre de Mahoma, se aventuró a conquistar Egipto. Al llegar a Alejandría, el oficial Amrú, se dirigió al califa y le detalló la cantidad de libros existentes, eran miles, textos originales de pensadores clave del devenir intelectual de occidente como Aristóteles y Platón, un legado que nunca más pudo recuperarse.
Entre esos miles estaban los planos de la máquina a vapor, descansando silenciosamente en los anaqueles. Tanto Omar como Amrú eran semianalfabetos. La frase fue célebre: “Si esos escritos están conformes con el Corán son inútiles, y si ocurre lo contrario no deben tolerarse”. Dicen las crónicas que las llamas sirvieron para calentar el agua de las calderas de la ciudad durante seis meses. El escritor argentino Jorge Luis Borges le ha dedicado sentidos poemas a ese acto de fanatismo religioso.
Hasta once siglos después, otro científico no consiguió desarrollar una tecnología que ya había sido estudiada.
Foto vía: Willy